“Muchos se preguntan por qué Carver aceptó que su editor, Gordon Lish, le metiera tanta mano a sus textos que los desfiguró por completo. Algunos dicen que Carver se dejó llevar por la corriente y porque su dependencia del alcohol en esos tiempos (años 70) lo tenía secuestrado en una burbuja de indolencia. De este modo, se cree que no le habría otorgado mayor importancia a una corrección que fue inmisericorde. De los diecisiete o diecinueve relatos que le entregó a Lish, este modificó más de la mitad. En algunos solo dejó el 30 % de la escritura original. En otros cambió, totalmente, los desenlaces, echando al tiesto de la basura una escritura potente y llena de significados, además de valiosa por sus propios méritos”. E.B.G.
Dime, Gordon: ¿qué les ha hecho a mis palabras? Esta es la pregunta que Raymond Carver, el autor de “De qué hablamos cuando hablamos de amor”, debió de hacerle a su editor, Gordon Lish.
Raymond Carver, escritor norteamericano nacido en Clatskanie, Oregón (1938), identificado con lo que se bautizó como el realismo sucio norteamericano, es un personaje controvertido, al margen de su obra y su indiscutible talento para contar historias cotidianas. Se le ubica junto a Julio Cortázar, Anton Chejov nada menos, y a Jorge Luis Borges.
Sin embargo, su vida misma es un tanto “sucia”. Pasó una infancia y adolescencia en medio de pobreza extrema. Había nacido en 1938 en una familia con carencias. Su padre trabajaba como obrero en un aserradero; era alcohólico. Su madre lavaba ropa ajena y era aficionada a los libros. A los 19 o 20 años Raymond conoce a una chica hermosa, Maryaan Burk, de solo quince primaveras. Se enamoran y se van a vivir juntos. Antes de los veinte años Maryaan ya le ha dado dos hijos. Él a duras penas sostiene a la familia. Quiere ir a la universidad para estudiar literatura o algo anexo que le permita hacerse escritor. ¿Solución? Que Maryaan salga a trabajar. Entonces ella se ocupa como camarera, vendedora de libros y maestra de escuela. Ella mantiene a la familia, mientras Carver se empeña en transformarse en un famoso narrador.
Durante un tiempo, Carver estudia con el escritor John Gardner, en el Chico State College, en Chico, California. Publicó en esos tiempos un sinnúmero de relatos en revistas y periódicos, incluyendo el New Yorker y Esquire, que en su mayoría narran la vida de obreros y gente de las clases menoscabadas de la sociedad estadounidense.
En 1976 la gloria lo alcanza y comparte laureles con otros famosos de las letras americanas, entre ellos John Cheever, Richard Yates y Richard Ford. Gana, entre otros, el premio O. Henry de relatos cortos. La obra que lo catapulta es Will You Please Be Quiet, Please? (¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?) y apareció ese año.
La herencia paterna, sin embargo, lo lleva a caer en el vicio de la bebida. Es un estropajo humano con delirium tremens. Abandona a su sacrificada esposa y la sustituye por otra mujer –la poetisa Tess Gallagher–, a quien poco antes de morir de cáncer al pulmón, en 1988, le deja como herencia todos sus bienes y sus derechos de autor. Maryaan Burk hizo todo lo posible por impedirlo, pero perdió la batalla legal. Como último recurso, publicó sus memorias donde describe a Carver como un maldito egoísta.
Muchos se preguntan por qué Carver aceptó que su editor, Gordon Lish, le metiera tanta mano a sus textos que los desfiguró por completo. Algunos dicen que Carver se dejó llevar por la corriente y porque su dependencia del alcohol en esos tiempos (años 70) lo tenía secuestrado en una burbuja de indolencia. De este modo, se cree que no le habría otorgado mayor importancia a una corrección que fue inmisericorde. De los diecisiete o diecinueve relatos que le entregó a Lish, este modificó más de la mitad. En algunos solo dejó el 30 % de la escritura original. En otros cambió, totalmente, los desenlaces, echando al tiesto de la basura una escritura potente y llena de significados, además de valiosa por sus propios méritos.
La publicación en el año 2009 de Principiantes (Beginners) ratifica lo anterior: Carver no necesitaba del reacomodo de sus textos a manos del editor. Esto queda demostrado en Principiantes. Se trata de la reconstrucción de los diecisiete relatos escritos por Raymond Carver y publicados –con las correcciones del editor– por la editorial Alfred A. Knopf, en 1981, con el título De qué hablamos cuando hablamos de amor.
La fuente de esta nueva edición –su texto base– es el original que Carver entregó a Gordon Lish –entonces su editor en Knopf– en la primavera de 1980. Este original, que Lish cercenó en más de un cincuenta por ciento, en dos sesiones de corrección exhaustiva, se conserva en la Lilly Library de la Universidad de Indiana. Las historias originales de Carver se han recuperado transcribiendo las palabras mecanografiadas que están debajo de las modificaciones y tachaduras manuscritas de Lish.
Cuando salió De que hablamos cuando hablamos de amor (1981), tuvo un éxito editorial explosivo. La literatura norteamericana asistía con su aparición al nacimiento de un nuevo estilo de narrativa, un estilo descarnado, directo, licencioso, hipócrita, con personajes vulnerables y descarados, hombres y mujeres de las acequias y alcantarillas.
Son pequeñas grandes catástrofes cotidianas, cercanas y palpables. Allí radicó el éxito. Sin embargo, diez años después de morir Carver de un cáncer pulmonar (1998-99), la revista The New York Times Magazine, develó un episodio no contado: que Carver no era el autor de los textos de cuentos del libro “De qué hablamos cuando hablamos del amor”, y que fue su editor, Gordon Lish, quien realmente dio forma a los “originales” que fueron a la imprenta.
¿Qué había ocurrido?
En 1991 los hechos comienza brotar como maleza en un jardín de césped inglés. Un articulista del New York Times Magazine, D. T. Max, asegura que hacía más de 20 años que circulaba el rumor de que los cuentos de Carver no eran suyos, que si bien llevaban su firma, quien realmente los había reescrito era un editor llamado Gordon Lish. La revelación cae como una bomba sobre la muchedumbre. Carver no era un desconocido.
D.T. Max había ido a Bloomington, en Indiana, a una biblioteca a la que Gordon Lish le había vendido todas sus cartas, y los escritos a máquina de Carver incluidos, con todas las correcciones. Lee algunos ducumentos y queda impresionado: Gordon Lish había cortado casi el 50 por ciento del texto original de Carver, y había cambiado el final a diez cuentos de trece.
Descubre al mismo tiempo que debajo de las correcciones de Lish está la escritura original de Carver. Descubre que en los textos de Carver hay mucho más de los que fueron publicados en “De que hablamos cuando hablamos de amor” bajo su autoría.
Efectivamente, Lish se había tomado el derecho de reducir un libro que debió tener 202 páginas a otro de poco más de 103. Cambió títulos, suprimió personajes, reescribió diez cuentos y modificó catorce finales. Su teoría era que si una frase tenía 25 palabras, había que dejarla en 15 y en algunos casos, solamente en 5; jibarismo total.
La revelación de esta intervención en el New York Times Magazine provocó un sismo grado ocho en el gran público lector norteamericano. Miles de seguidores perdieron las confianzas, y la estatura de Carver quedó reducida a la mitad. Lish por su parte pasó a ser un truhán, aunque otro sector de la crítica lo defendió y lo defiende hasta hoy, con el argumento de que él fue quien le “inventó” el estilo a un Carver lleno de tinieblas y dudas. Sostienen que si bien Lish fue muy despiadado con sus correcciones, también le hizo un favor, porque sin una intervención de los relatos, la obra de Carver habría pasado sin pena ni gloria con posterioridad a su muerte.
Quizás haya algo de verdad en esto, ya que después de este incidente, Carver continuó exitosamente su carrera de escritor, pero lejos de la tijera de Lish. En 1983 publicó Catedral y Tres rosas amarillas en 1988. El caso Lish ha quedado como una mancha que se va diluyendo con el tiempo. Hoy nadie discute el talento del autor de De qué hablamos cuando hablamos del amor, que continúa codeándose con Cortázar, Chejov, y Borges.
Ernesto Bustos Garrido
Ernesto Bustos Garrido (Santiago de Chile), periodista, se formó en la Universidad de Chile. Al egreso fue profesor en esa casa de estudios, Pontificia Universidad Católica de Chile y Universidad Diego Portales. Ha trabajado en diversos medios informativos, televisión y radio, funda-mentalmente en La Tercera de la Hora como jefe de Crónica y editor jefe de Deportes. Fue director de los diarios El Correo de Valdivia y El Austral de Temuco. En los sesenta y setenta fue Secretario de Prensa de la Presidencia de Eduardo Frei Montalva, asesor de comunicaciones de la Rectoría de la U. de Chile, y gerente de Relaciones Públicas de Ferrocarriles del Estado. En los ochenta fue editor y propietario de las revistas Sólo Pesca y Cazar&Pescar. Desde fines de los noventa intenta transformarse en escritor.
The post La relación entre Raymond Carver y su editor, Gordon Lish appeared first on GRANDES LIBROS.