Los universos mínimos de Victoria Mera
Victoria Mera dedica su última obra, Universos mínimos (Norbanova, 2015), a su madre, que le enseñó a “encontrar el arte en lo cotidiano”. La nota no es casual: la cotidianidad y la vocación artística son dos de las señas de identidad de esta poeta de línea clara que dirige su mirada no a las grandes hazañas sino a esos hechos mínimos (universos en su pequeñez) que conforman su vida, a los que ella dota de poesía y de trascendencia. Como nos dice Novalis, a quien leemos en la contraportada: “Soñamos con viajes por todo el universo:/¿el universo no está dentro de nosotros?”. Lo está. Y Victoria se encarga de demostrarlo.
La poesía de esta joven autora extremeña es, creo yo, más sustantiva que adjetiva. Habitan en Universos mínimos, como también encontramos en su anterior poemario, Rutas de vuelo (Ediciones Oblicuas, 2013), las alusiones recurrentes a objetos de andar por casa y a lugares urbanos, en definitiva: a lo tangible y cotidiano. Un zapato, una estación de autobuses, un pájaro –“alondra, mirlo, gorrión, qué más da”–, un espejo, las mariposas, el reloj o el desayuno componen ese mundo poético y narrativo por el que transpiran sus emociones, sentimientos y anhelos.
La autora aborda sus poemas en prosa desde cierta nostalgia, podría decirse que incluso con un halo de tristeza. Abundando en esta línea temática, uno de los poemas viene ilustrado con la cita de Gustave Flaubert, “Cuidado con la tristeza, es un vicio”, que supone la declaración de intenciones de quien acaba encontrando en su existencia un resquicio para la sensibilidad y la esperanza. Sobre ese vicio que es la tristeza (no es cosa de llevarle la contraria a Flaubert), Victoria escribe:
Lamernos las heridas mientras intentamos adivinar, a través del cristal de la ventana repleto de gotas de lluvia, por qué hay días en que lo único que nos reconforta es este bello vacío.
En Universos mínimos hay evocaciones a todo lo que le ocupa y le preocupa a su autora: la iluminación artística (“Inspiración”); el acto de escribir (“Impronunciable”); las ciudades que “le duelen”, Lisboa, Granada, Buenos Aires (“Ciudades”); el placer de la risa, aunque no esté justificada, o la ausencia del ser amado (Transcribo el final de Volverá: “Volverá todo, inevitablemente. Todo volverá, menos tú”).
Victoria no parece salir a la caza planificada de los grandes temas poéticos (la soledad, la muerte, el abandono, la tristeza…), y sin embargo tampoco los rehúye cuando se cruzan en su camino. La suya es una poesía antimaximalista y antirretórica, aferrada a la recuperación del instante perdido. Escribe para todo el que quiera acercarse a ella, para todas esas almas afines que buscan satisfacer en la poesía una necesidad de comunicación íntima. Una poesía sincera, accesible y nada rebuscada con la que Victoria intenta repasar y acaso dotar de sentido al mundo, el mundo real, ese universo mínimo que nos ha tocado en suerte, pero que también está fuera del alcance de la mano. Buen ejemplo de esa mezcla de prosaísmo (el título no podría serlo más) y de ensoñación lo encontramos en el comienzo del poema “Mudanzas”.
Voy a mudarme a Júpiter o a aquel pequeño planeta que ya ni siquiera se estudia en las escuelas. Voy a ponerme un anillo de Saturno en el dedo anular y andaré luciéndolo radiante por toda la Vía Láctea. Que no, Marilyn, que los diamantes no son el mejor amigo de la mujer: lo que se lleva ahora es de otro planeta.
Se refiere a Marilyn Monroe, claro, icono cultural que se cuela entretelas en las páginas de Universos mínimos, como también lo hacen Stendhal, Woody Allen, Marc Chagall, Bob Dylan o Dalí.
Universos mínimos es, en fin, un libro que condensa en breves prosas poéticas el gusto por las pequeñas cosas que nos abren una puerta misteriosa a los grandes universos planetarios.
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Victoria Mera, entrevistada por María Carvajal
Victoria Mera, entrevistada por Francisco Rodríguez Criado
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